Breve ensayo sobre la City
Ahí
va Peter, el caniche toy. Baja las escaleras a los saltitos y llega a planta
baja. Allí se para frente al espejo y se mira. ¡Es hermoso!, dice. Lleva un
peinado recién hechito, con rodetes y cintas blancas que contrastan con el gris
de su pelo. Todo el mundo lo admira y lo quiere acariciar, aunque muy pocos
saben sobre el nauseabundo olor a jabalí que despide de su boca. Pero eso es lo
de menos, “porque lo que vale es lo de afuera”, dice Alicia. Podría contarles
muchas cosas sobre ella, sobre sus emprendedores hijos, sobre su platudo y
cornudo marido o sobre sus vacaciones últimas en París, lugar donde compraron a
Peter. Pero son cosas que no veo importantes en este ensayo, ya que elegí escribir sobre la ciudad de Buenos Aires y, digamos, que tengo poco tiempo. Así que sólo voy a contarles que es un palo rubio escondido detrás de
unos lentes negros y que fuma cigarrillos mentolados como hábito, que odia a
los animales y a los chicos de la villa porque “huelen mal” (con la excepción
de Peter), y que no sabe ni en qué día vive porque no necesita saberlo.
Así que
ahora Peter y Ali se miran en el espejo del hall de entrada de su departamento,
sobre la avenida Pueyrredón, a metros
de Buenos Aires Design. Salen y caminan
lentamente en dirección a Plaza Francia.
Peter se detiene y sin pudor se toma un minuto para hacer pis y caca. ¿Que asco? Bueno, yo pensé lo mismo. Pero nada es comparado con lo que
pensó Ali al ver que la caca era pisada sin querer por una nena. Ella estaba
pidiendo monedas en la plaza. Al verla supuse que había estado llorando y que
secó sus lágrimas con las manos, y con
esa mezcla de lágrimas y de tierra impregnada en la cara, ya estaba lista
para el combate cotidiano. Luego de
limpiarse la zapatilla siguió pidiendo. Mientras tanto Alicia la miraba
con desprecio.
. García Canclini[1] habla
sobre “…una cuidad diseminada. […] Cada grupo de personas transita, conoce,
experimenta pequeños enclaves,… pero son recorridos muy pequeños en relación
con el conjunto de la ciudad”. Esto me ayuda para decir que las personas viven
en un proceso de mimetización con el
lugar que habitan, a tal extremo que uno y otro resultan inseparables. Hay que
ser como Alicia para vivir allí. Canclini continúa diciendo que “[…] en medio
de la descomposición de las megaciudades esos lugares son marcas, establecen
una especificidad y así reordenan una problemática entre lo público y lo
privado. Se establece un espacio propio para algunos sectores,…de manera que
esos sectores, que son públicos, en gran medida funcionan como privatizados,
como lugares de los que se apropian algunos sectores: son semipúblicos y
semiprivados a la vez”. O sea, Ali
quiere caminar por la plaza sin que los negros la molesten. ¡Para
eso paga sus impuestos el palo rubio con
cara de cadáver!
La ciudad de Buenos Aires tiene como
máximo atractivo la gran desigualdad de la distribución de sus riquezas. Bueno,
al menos para los turistas. Ellos pueden ver paisajes parisinos y extrema
pobreza a la vez. Pueden hacer recorridos con aires madrileños en el casco
histórico y disfrutar de un adrenalínico pro-poortourism por alguna villa miseria con
tan sólo cincuenta dólares. Todo en la misma ciudad.
En Capital Federal viven 130.000 (2) personas
en villas miserias y 200.000 en casas tomadas. Otras 4000 duermen directamente
en la calle, según datos del INDEC y del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC). Buenos Aires
cuenta con datos escalofriantes en este sentido. Sólo en la Ciudad Oculta (villa miseria
ubicada en el límite de los barrios Mataderos y Villa Lugano) viven unas 15.000 personas en situación de marginalidad
y pobreza. En la ciudad (según datos oficiales) faltan 100.000 viviendas. En el
2005 vecinos del barrio de La Boca y Lugano se opusieron a la construcción de
viviendas destinadas a personas indigentes en esas tierras. Argumentaban perder
“espacios verdes” y alertaban sobre la “falta de infraestructura sanitaria y
educativa” de los barrios para nuevas familias.
Con esto podemos ver que Alicia no está
sola, que posturas egoístas y antisociales no parten sólo de los núcleos más
enriquecidos, y que el problema de la desigualdad es mucho más profundo de lo
que creíamos. Ricos odian a pobres, estos se odian entre sí, que a su vez odian
a los ricos. Mientras tanto en la ciudad se sigue trabajando en la creación de
nuevos rascacielos y autopistas subterráneas en Puerto Madero y la construcción
crece a un ritmo del 200 por ciento mensual en el barrio de Palermo.
Con todo esto quiero decir que la ciudad
de Buenos Aires es como Peter, el caniche toy: reluciente y admirable por
fuera, podrido y nauseabundo por dentro. Pero no nos hagamos tanto
problema, porque lo que vale es lo de afuera.